Perú: Madres arrebatadas por la violencia
El asesinato de Jannette y Fiorella deja en orfandad a cuatro niñas en Perú. Sin conocerse, sus familiares luchan para vencer la impunidad
Texto: Jesenia Freitez Guedez/María José Martínez/Zurya Escamilla Díaz
Ilustración: Pierre Daboin/ Antonio Ramírez
Infografía: Yordán Somarriba / Denisse Martínez
La
medalla que siempre le faltará a Perú
El orgullo de representar
nuevamente a su país con la bandera blanquirroja a cuestas quedó como un sueño que la atleta
nacional de lucha libre Jannette
Velly Mallqui Peche, de 31 años, no logrará repetir. Ahora ese podio de la
victoria quedó en el imaginario de sus hermanas, y en especial de sus hijas, como un espacio vacío, lúgubre y
enmohecido, con la pena de saber que la última lucha no fue para ganar una
medalla, sino para salvar su vida el 14
de mayo de 2020.
Su contrincante y victimario no tuvo clemencia, usó sus fuerzas de luchador para acabar con
ella y huir, dejándola abandonada en
el Hotel Bohemia, ubicado en la zona Bellavista, en el Callao, al
centro-oeste Perú.
Eduardo Paolo Barboza Márquez, el principal sospechoso del
feminicidio de Jannette, fue detenido el 26
de mayo en el Distrito de Comas, una de las provincias de Lima, a 13
kilómetros de Callao. El Poder Judicial le dictó ocho meses de prisión preventiva mientras evolucionan las
investigaciones, pero la familia de la deportista asegura que todo lo incrimina
y exigen pronta justicia. Insisten
en la celeridad porque desde el
asesinato hasta la captura pasaron 12 días, aun cuando el sospechoso estaba
identificado.
Thalía Mallqui Peche, hermana de la víctima y quien también
entrenaba junto a Jannette, cuenta que se
enteraron del asesinato porque fue el mismo Barboza quien llamó a Ingrid
Mallqui Peche, la menor de las hermanas, desde el número de teléfono de
Jannette; le dijo que ella estaba en una
habitación de hotel, inconsciente. Se enteraron del asesinato porque fue el mismo Barboza quien llamó a Ingrid Mallqui Peche, la menor de las hermanas, desde el número de teléfono de Jannette. Cuando Ingrid lo increpó sobre por qué
había sido él quien llamaba para avisar y dónde
estaba su hermana, él no contestó. Finalmente logró que le enviara la
ubicación del hotel y sin perder tiempo se fue a buscarla.
Ingrid entró a la habitación donde estaba Jannette. Debieron
tumbar la puerta con empujones y la
encontraron tirada en el piso, desnuda y desfigurada. Había rastros de sangre en toda
la habitación que el asesino intentó limpiar de manera fallida. En un principio
no la reconocieron, pero una pulsera que se habían comprado Jannette e Ingrid, y que ambas
lucían con orgullo porque representaba la conexión entre las dos, fue la clave
para identificarla. La autopsia determinó que la causa de la muerte había sido un golpe en la cabeza y habían
pasado más de 10 horas desde que murió
hasta que la encontraron.
Ingrid obtuvo más datos del personal del hotel: “Sí, él fue
quien llegó con tu hermana aproximadamente a las 10:00 de la mañana. Entraron
los dos y solo salió él”, le contó uno de los trabajadores. También le comentaron
que en la habitación hubo una pelea.
Las primeras pruebas arrojaron que ella
se había resistido a los golpes y que tenía
restos de piel de su victimario en las uñas, lo que dio pie para hacer
pruebas de ADN. A partir de ahí Ingrid comenzó a investigar quién era Barboza y
por qué estaba vinculado con su hermana.
Por su parte, Thalía se encargó de hablar con todo el que escuchara su caso, con el fin de conseguir justicia. Incluso se comunicó con ella Félix Isisola Villalobos, presidente de la Federación Peruana de Lucha Libre Amateur, quien se puso a la orden para ser el mediador entre el sospechoso y la policía para que se entregara. Isisola conocía a la víctima y al sospechoso, les aseguró a las hermanas que Barboza se entregaría, pero pasadas unas horas no sucedió.
Hay muchas incongruencias que las hermanas no entienden: ¿Por qué si Isisola se había
comunicado con el sospechoso, la policía no había rastreado la llamada? ¿Por
qué servía de intermediario y por qué la hija de Isisola había publicado en la
red social Twitter apoyando a Barboza?
“No sabemos con exactitud quién era la persona que andaba
con mi hermana Jannette. Ella nunca nos
dio un nombre de con quién salía porque era madre de dos niñas, de once y
seis años, de padres diferentes. Imagino que quiso ser cautelosa y buscar el
momento adecuado para llevarlo a la casa. Quería
sentirse segura porque ya había tenido dos rupturas”.
A la única persona que le contó Jannette que tenía una nueva
relación fue a su mejor amiga de la infancia. Le dijo que sentía un poco de temor respecto a Barboza porque no lo
conocía muy bien, pero no le dio más detalles. Esa conversación sucedió el 4 de mayo.
Un luchador que perdió su rumbo
Paolo Barboza tiene 38 años, mide aproximadamente 1.70, y tiene
complexión atlética porque era
aficionado a la lucha libre y entrenaba con el equipo Nacional, allí fue donde conoció a Jannette hace un
año aproximadamente, y a partir de ahí se escribían por mensajes de texto.
Él le enviaba selfies y durante la cuarentena la llamaba
insistentemente. Ella lo tenía registrado entre sus contactos como Pao.
Thalía cuenta que al
parecer él tiene pareja y un hijo, es muy poco lo que se sabe de su vida
fuera de la lucha. Además, asegura que pudo
mantenerse prófugo por varios días debido a que alguien de poder lo estaba ayudando. Aunque ya tiene prisión
preventiva, la familia Mallqui teme que
el proceso se vicie y que manipulen
la investigación para beneficiarlo. “Hasta donde yo sé, él tiene un
familiar que es fiscal, entonces de alguna manera estoy segura de que van a
tratar, y espero que no sea así, de ocultar alguna información o algo por
estilo”.
En la cruzada que se emprendieron Thalía e Ingrid para saber quién
es Barboza incluyeron el preguntar a los compañeros de lucha si lo conocían, pero nadie les dio referencia. “Nadie
quiere decir nada, dar un dato o simplemente
comentar algo. Más bien me dicen que tenga cuidado con su familia, por las
vinculaciones que tiene, expresó Thalía.
Guerrera de talla internacional
Jannette era la segunda de cinco hermanos. Vivía con sus hijas en la casa de sus
padres y se formó dentro de la religión mormona. La caracterizaba la
alegría y su sonrisa contagiaba a todos los que la conocían ─cuentan sus
hermanas─, quienes reconocen que tenía una fe ciega en las personas. Creía que
la gente era buena, dijo su hermana.
Su pasión era la lucha libre, pero estuvo retirada por 10 años para dedicarse a la maternidad. “Ella
siempre buscaba la manera de hacer que la vida a sus hijas fuese sencilla,
divertida y con todo lo que necesitaran para crecer sanas y felices. Por eso
cuando decidió regresar a la lucha, buscó
la forma de que las niñas no estuviesen desatendidas y pudiesen
acompañarla, para estar pendiente de ellas cuando entrenaba. Claro, si había
que escoger entre dinero para algo de lucha y algo de las niñas, siempre
escogía a las niñas. Eso sí, jamás dejaba su rutina, aunque fuera desde casa”,
narró Thalía.
El esfuerzo de la
atleta dio frutos porque contra todo pronóstico la seleccionaron para
participar en los Panamericanos Lima 2019, competencia en la que
también participó Thalía. Por otra
parte, Jannette no había descartado conseguir el amor, pese a sus dos rupturas tenía la ilusión de casarse y formar un
hogar donde sus hijas crecieran amadas.
“Siento que con la muerte de mi hermana la sociedad perdió a
una buena mujer, a una atleta y una excelente madre. Estamos muy carentes de
valores y no entiendo por qué hay personas que deciden tomar la vida de otro. Creo que este tipo de violencia jamás
podrá ser justificada”, aseveró Thalía, al tiempo que agrega: “Estoy segura
de que ella quería vivir, estaba deseosa por hacer tantas cosas, proyectos y la
mataron con mucha crueldad. Nadie merece eso”.
Ahora la familia se
organiza para cuidar a las niñas que quedaron en la orfandad, al tiempo de
que siguen luchando para que se haga justicia y que Barboza cumpla su pena, tal y como le corresponde si comprueban
su culpabilidad.
En busca de justicia
Han pasado siete meses y las hijas de Fiorella Santamaría no se
acostumbrar a la ausencia de su madre. De hecho, nunca lo harán. Sus tías,
encargadas de su cuidado, entienden con
paciencia el dolor que las embarga cada día, desde que, a las pequeñas de cuatro y seis años, les fue arrebatada su
madre. Es el
mismo dolor que comparten las hijas de
Jannette Velly Mallqui Peche. Ambas mujeres, madres jóvenes, asesinadas en
el contexto de COVID-19, cuyas familias
luchan para que se haga justicia contra los feminicidas que acabaron con ellas.
En el caso familia
Santamaría, su viacrucis comenzó en víspera de la cuarentena. Vanessa y Yajaira Santamaría cuentan
con dolor que lo sucedido el 14 de diciembre de 2019 los cambió a todos por completo.
Repasan cada llamada que hicieron ese día, cada entrevista a
los testigos y la cantidad de veces que visitaron
la localidad de Trujillo, Perú, para conocer los últimos lugares donde
estuvo su hermana Fiorella, de 26 años,
antes de que la asesinaran. Ambas se
volvieron expertas en buscar evidencias, fueron minuciosas y con cada nueva
información que recibían buscaban demostrar quién fue el culpable porque la policía no estaba haciendo su labor.
Debido a la indiferencia de las
autoridades, las hermanas tuvieron que entonar un fuerte grito para pedir
justicia, el cual llegó medianamente
seis meses después.
“Con el caso de mi hermana venimos sufriendo desde diciembre cuando la mataron, no se detuvo
al sospechoso sino hasta junio, cuando le dieron prisión preventiva, pese a que
había una orden de captura desde el 5 de marzo. El asesino fue su pareja, David Jesús Rivas Vera, le dicen
Ananias”, dijo Yajaira.
El sospechoso siguió teniendo una vida normal tras el
asesinato de Fiorella. Acudía a trabajar a una mina en Trujillo, bajo la protección de su jefe, “el señor
Salirrozo”, un hombre adinerado y
conocido en la comunidad, quien les dijo a las hermanas que no sabía nada
de él, aunque los habían visto juntos, aseguró Yajaira.
Ellas cuentan que en
medio de la pandemia la lucha fue más cuesta arriba. Tanto el Ministerio de
la Mujer y Poblaciones Vulnerables, el Ministerio Público y los tribunales parecían jugar en contra dentro de la
investigación, ignoraban las
solicitudes de la familia Santamaría y se justificaron señalando que por la
cuarentena todos los trámites estaban paralizados. ¿En qué cabeza cabe que la justicia haga una pausa?, se preguntaron
Vanessa y Yajaira.
Pero a medida que ellas fueron investigando descubrieron que
incluso antes de que se declarara el
confinamiento, las autoridades
habían abandonado la investigación y tras un reportaje publicado en un
medio local sobre el caso, en mayo, sorpresivamente se retomaron las
averiguaciones.
“Para ellos parecía
que era un caso más, un número más en la lista. No mostraban interés pese a
que todas las pruebas señalaban a Ananias, tampoco atendían lo que decían los
testigos”, explicó Yajaira, quien asegura que la justicia en Perú las discrimina por ser de bajos recursos económicos.
“Aquí si uno no tiene plata, la justicia no se aplica.
Lamentablemente solo te toca encender velas a tu muerto y ya”, agregó. También
comenta que por el ímpetu que le pusieron a esclarecer los hechos recibieron amenazas tanto ellas como los
testigos.
Un hombre sobrío
A mediados de 2018
Fiorella decidió mudarse de Chiclayo, la capital de Lambayeque, en el
noroeste de Perú, a la localidad de Trujillo, la capital del departamento La
Libertad. En su tierra natal, que estaba a cuatro horas de su nuevo hogar, dejó a su papá, a sus dos hermanas y a sus
dos hijas, de quienes se encargó Vanessa, su hermana mayor. Tomó la
decisión de irse para trabajar y poder mantener a sus niñas. De inmediato la
contrataron como mesera en un restaurante, a
los seis meses conoció a Ananias.
Yajaira explica que duraron un año de relación y su cuñado
las visitó cinco veces. Siempre se
mostraba reacio a compartir con la familia, tenía un temperamento difícil, se molestaba fácilmente por cualquier
comentario que hacían y no conversaba con ella. En cambio, con Vanessa sí logró
hacer una amistad y mantenía constante comunicación, a través de redes
sociales, mensajes de texto y llamadas telefónicas.
Pronto las hermanas hallaron
indicios de que las cosas no iban bien en Trujillo. En diversas
oportunidades Fiorella les comentó que quería regresar a Chiclayo para estar
con su papá porque vivía solo. Además, ellas tenían la intención de abrir un
negocio, pero su pareja se lo prohibía, aunque al mismo tiempo le comentaba lo
contrario a Vanessa. Le dijo incluso que quería mudarse con Fiorella a Chiclayo
para ayudarla a abrir un negocio que quedara cerca de su familia. Lo cierto es
que Ananias se desdice y mostraba un
doble rostro dependiendo de con quién hablaba. Tampoco era transparente con ellas, porque al morir Fiorella descubrieron que él tenía tres hijos de dos
relaciones anteriores a cuyas
mujeres violentó.
En una de esas visitas, la familia Santamaría comenzó a notar que Fiorella sufría de
violencia doméstica. “Un día mi hermana llegó a la casa y nos dimos cuenta
de que tenía un golpe en el pómulo, nosotras le preguntamos qué le había pasado y nos dijo que había tenido un
pleito en una discoteca, luego le dijo a mi hermana mayor que se había peleado
con Ananias. Días después llegó con el celular roto porque él se lo tiró al
piso en medio de un ataque de celos”, reveló Yajaira.
En una oportunidad en que Fiorella llevó a las niñas a pasar
unos días en Trujillo, su pareja la
golpeó frente de sus hijas, según les informó el arrendador del lugar donde
vivía la víctima. Mientras estuvo con Ananias, Fiorella se iba desdibujando, mostraba una sonrisa frente a sus hermanas y les decía
que todo estaba bien, pero ocultaba los abusos.
De amado a verdugo
El jueves 13 de diciembre de 2020 fue el último día en que
Vanessa se pudo comunicar con Fiorella, quien le dijo que al siguiente día se
vería con Ananias para entregarle un dinero. Aunque tenían conflicto, Fiorella le contó a Vanessa que aún estaban
juntos, pero él lo negaba. Tal y como le había dicho a su hermana, Fiorella
salió el viernes 14 de diciembre a las
7:00 a. m. de la habitación donde vivía, según les contó la señora que le
rentaba, quien le advirtió que tuviera cuidado porque él ya la había golpeado en otras ocasiones. “No se preocupe,
señito, ahorita regreso”, le contestó. Su última conexión en WhatsApp fue a las
8:00 a. m. de ese día.
De acuerdo con la reconstrucción de los hechos, ella estuvo con su agresor en Río Marañón,
provincia de Pataz, a cuatro horas de Trujillo. Se tomaron una cerveza y
mantuvieron relaciones sexuales no forzadas. Luego fue golpeada por todo su cuerpo y tras recibir uno en la cabeza, murió.
Después la arrojaron al río. El asesinato
se registró a las 9:00 de la mañana y el agua que tenía en los pulmones
había sido ingerida tras la muerte, por lo que descartaron que se hubiese
ahogado.
El día sábado las
hermanas de la víctima comenzaron a preocuparse, porque no era común que
ella pasara tanto tiempo sin comunicarse; en medio de la desesperación
recibieron una llamada de una compañera de trabajo de Fiorella: “Hola, Vanessa,
te llamo porque no sabemos nada de tu hermana. Llamen a Ananias, él sabe algo,
llámalo”, le insistió. Pero antes de colgar remató con la siguiente frase: “Sabes, encontraron a una chica ahogada en
el río”, pero no les dio más información, se despidió y colgó.
“No nos dijo que la víctima era mi hermana”, agregó Yajaira.
Las hermanas se comunicaron con Ananias y lo
increparon para que les dijera dónde estaba Fiorella, él negó saber de
ella, tampoco mostró preocupación o urgencia por ayudar a encontrarla. En un
mensaje que le envío Vanessa a su cuñado, y
al que tuvimos acceso en esta investigación se lee: “Ananias yo tengo los
mensajes de mi hermana diciendo que se vería contigo el viernes. Cualquier cosa
yo te denuncio porque tú eres el
principal sospechoso de que mi hermana no aparezca”, y la respuesta del
Ananias fue: “Solo te digo que no la he visto, Vane”.
Ante la negativa de Ananias de ofrecer información las hermanas contactaron a un pariente en
Trujillo, le preguntaron si era cierto lo de la chica muerta y lo confirmó,
pero les indicó que, por las características de la joven, parecía extranjera.
“Nosotras nos tranquilizamos un poco, sin embargo, seguimos averiguando sobre
el paradero de mi hermana y a las 11:00 de la noche de ese sábado vimos unas fotos de la mujer supuestamente ahogada. Era
Fiorella y la reconocimos por los
tatuajes que tenía con el nombre de sus hijas en uno de sus hombros y el de
Ananias en el otro”.
Los medios de
comunicación que publicaron las fotos también
fallaron en la forma en que informaron sobre el caso, porque sin ningún
tipo de cuidado y respeto a la víctima, mostraron la mitad de su cuerpo, de la
cintura para arriba, desnudo. Al ver la foto, Vanessa, Yajaira y su papá se
trasladaron a Trujillo. Fueron cuatro horas de camino que se les hicieron
eternos, una procesión interminable en donde cada kilómetro recorrido aumentaba
la desesperación y las dudas.
“Cuando llegamos nos
dijeron que había muerto por ahogamiento, pero cuando entramos a reconocer
el cadáver, la doctora nos explicó que había sido brutalmente golpeada por
todas partes, aunque lo letal fue un
edema cerebral producido por un golpe contundente en la cabeza. Además, la
necropsia arrojó que había ingerido un veneno que hasta la fecha no se sabe qué
es”, recordaron las hermanas.
“Este es un dolor bien grande, aparte nos sentimos impotentes al darnos cuenta de que una persona que
creías que amaba a mi hermana le
arrebató su vida. No es justo para nadie morir de esa forma y que se
ensañen tan salvajemente con alguien. Siempre
veía casos así en la televisión, pero jamás creí vivirlo. Ahora que ya he
pasado por eso entiendo a la gente que sufre, no se le deseo a nadie. Y las
personas que hacen eso, creo que jamás merecen el perdón de Dios”, contó
Yajaira.
Por su parte, Vanessa piensa que su hermana fue doblemente
afectada: “Le quitaron su vida y no se
ha obtenido una total justicia”. Las hermanas Santamaría aseguran que con
el feminicidio de Fiorella quienes más
perdieron fueron sus hijas, porque dependían cien por ciento de ella y
ahora quedaron en la orfandad.
Las pequeñas saben que su mamá no va a volver, decidieron
decirles que ella había fallecido para que dejaran de esperarla. Cuando se les
pregunta para quién son esas flores que dibujan, ellas responden al unísono: “Son para mamá, que está en el cielo”.
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