Costa Rica: Golpes que llegan al corazón
A mediados de mayo, Estela* llegó a las
puertas de una de las principales organizaciones que atiende a las mujeres
víctimas de violencia intrafamiliar, en Pérez Zeledón, llamada Casa de las
Mujeres, tras escapar de la violencia que sufrió por años y que se agudizó en
la cuarentena
Antes de las violencias físicas aparecen las humillaciones, el acoso o hasta el ser ignoradas. Con frecuencia las víctimas también son aisladas y si carecen de ingresos económicos propios, la presión es mucho peor.
Texto: Alejandra Araya
Ilustraciones: Frank Bready Trejo
Infografía: Yordán Somarriba
Corazón herido
El trato de su esposo ha empeorado desde que quedaron obligados a permanecer confinados por el COVID-19 y el decreto del gobierno de Costa Rica, del pasado 18 de marzo.
El trato de su esposo ha empeorado desde que quedaron obligados a permanecer confinados por el COVID-19 y el decreto del gobierno de Costa Rica, del pasado 18 de marzo.
La situación la
hace sentir “como lo más bajo (…) que no sirvo para nada, con la autoestima
mal”, expresó Estela.
Esta madre, de
tres hijos, sobrepasa los 50 años de edad. Narra que se casó muy
joven, cuando apenas tenía 17 y su esposo 24. Desde entonces ha estado
al servicio de su familia y en el especial de su pareja, a quien tiene
la obligación de ayudar en el trabajo de campo, ambos son agricultores.
Sin embargo, los
abusos y la violencia que ha vivido nada nuevo tienen en la vida de Estela.
Cuenta que fue abusada sexualmente por un hermano, situación que asegura
desconocen sus familiares, tampoco terminó la escuela, porque su
madre la sacó para que le ayudara con las labores del hogar.
Años después, el
ciclo de violencia lo viviría con su pareja. Está casi al servicio de él
las 24 horas del día y durante el confinamiento se hicieron cada vez más
frecuentes “las palabras ofensivas, los gritos y empujones” y, sobre todo, los
intentos de agredirla físicamente. Ella está sola con él, pues dos de sus
hijos ya están casados y otro vive en la capital, donde estudia.
Si ya el estrés
es lo suficientemente perjudicial para cualquier persona, en Estela es mucho
más dañino desde que, hace tres años, le diagnosticaran fibromialgia
(dolor en los músculos y en el tejido fibroso que puede ocasionar rigidez
generalizada).
Por esa razón tuvo
que reducir las labores del campo, lo que aumentó las agresiones y el
maltrato por parte de su esposo. Debido a la pandemia, las ventas de los productos que ambos
cultivan se han visto afectados, al igual que los ingresos en casa. Para
sobrevivir, ella ha tenido que vender algunas de sus pertenencias ante la
presión de su esposo.
Estela quiere
romper el círculo. Buscó ayuda para enfrentar
este problema y no hacerlo sola. De momento, ya tiene una cita para asistir
a terapia. Tiene la esperanza de una vida mejor.
Atrapada en el espiral
Cuando nació
Lucía, ni su padre ni su abuela quisieron reconocerla como hija legítima.
La vida en el campo, donde siempre estuvo, se hizo más dura cuando comenzaron
los abusos sexuales por parte de su padre, una y otra vez.
Pasó por muchas
manos que la criaron y también de quienes abusaron de ella sexualmente, con
la anuencia de su abuela que la vendía a ratos y quien la regaló a los
nueve años. Fue natural en su vida buscar el amor en muchas parejas. La última,
el padrastro de Carmen, una de las hijas
de Lucía, quien cuenta su historia y la de su madre.
Tanto el papá de
Carmen como sus anteriores y actual parejas, han maltratado de diversas
formas a Lucía, recordó Carmen con mucha tristeza. No descarta que incluso
su tío, quien abusó de ella, también lo haya hecho con su madre.
Carmen es
sobreviviente también de los abusos de su padrastro,
la pareja en los últimos 15 años de su madre. En la cuarentena, durante el mes
de abril, supo que ella volvió a sufrir violencia y lo dejó. Fue un
tiempo donde ambas pudieron verse de nuevo, compartir y Carmen perdonarla.
Pero hace
semanas volvió a perder contacto con su madre. Su gran temor es que
“haya recaído para volver a estar con él”, pues ya no le contesta los mensajes.
“Sería terrible.
Solo anhelo que ella pueda estar bien algún día como yo he logrado estarlo”,
dijo Carmen, quien hoy ayuda a mujeres víctimas de violencia de género.
Carmen no tiene
hijos. Vive con su novio. Lucía, su madre, tuvo tres. Solo una continúa con
ella en la zona de Alajuelita. La distancia familiar es grande, ni
siquiera pasan navidades juntos. Pero es uno de sus anhelos, el de
reencontrarse con su madre y saber que ella, por fin, está bien.
Tú trabajas. Yo administro
En
confinamiento, las mujeres en Costa Rica, se han visto afectadas de otras
formas de violencia. En el caso de María, su pareja le prohibió salir a
la calle. Hoy tiene en su poder todas las tarjetas de crédito y de débito y
maneja cada detalle en la casa.
María, de 30
años de edad, siente que él no lo hace como medida para protegerse del
COVID-19. Por el contrario, cree que su intención es controlarla.
En casa ella
trabaja por los dos, de manera remota, desde que
él, de 33 años, quedó desempleado. Ambos viven en unión libre, y todo lo que
tienen lo compraron juntos, pero desde el mes de marzo la situación se ha
vuelto una pesadilla para su vida, pues se siente más vigilada que antes.
En la
actualidad, María busca refugio en una de las organizaciones que se encuentran
en la zona Pérez Zeledón.
Reflorecer cuantas veces sea necesario
Antes de las violencias físicas aparecen las humillaciones, el acoso o hasta el ser ignoradas. Con frecuencia las víctimas también son aisladas y si carecen de ingresos económicos propios, la presión es mucho peor.
Esto lo sabe muy
bien Elena, de 38 años de edad, quien hoy está en un proceso de recuperación.
Vive en la zona de Pérez Zeledón,
una de las 20 zonas con más registros de casos violencia doméstica en cuarenta,
según información de la Fuerza Pública.
Durante este
tiempo asegura que sufrió maltratos por parte de su pareja. Hoy intenta
reconstruir su vida, pedazo a pedazo.
“Muchas veces
creemos que la violencia contra la mujer son golpes físicos. Sin embargo, existen
diferentes tipos de violencia. En mi caso pasé por violencia psicológica y
patrimonial hasta el punto de llegar a aislarme completamente del mundo,
incluyendo mi familia. Logró convencerme de que mis amigos y compañeros de
trabajo no me querían, de que todo el mundo era mi enemigo y solo él estaba a
mi favor”.
Cuando Elena habla
de violencia patrimonial es porque el salario que ella ganaba debía dárselo
a su pareja. También tenía que asumir sus deudas. Incluso comprarle una
motocicleta y maquinaria, supuestamente para su trabajo.
Por su parte, él
le restringía las salidas, porque eso “implicaba gastos” que ella no podía
hacer. La vida, durante los cinco años que esta joven vivió con él, estuvo
marcada por agresiones psicológicas, pero ella no lo sabía.
“Eso me llevó
a un deterioro total de mi mente y de mis
emociones, me afectó de tal manera que terminé internada en el Hospital
Nacional Psiquiátrico Manuel Antonio Chapuí, en San José, cuando salí de ahí,
tuve apoyo de médicos y organizaciones, quienes me orientaron y me advirtieron
sobre lo que estaba pasando con mi vida”.
Para Elena, salir
de la situación de codependencia hacia la otra persona fue un paso muy difícil,
porque es una situación en la que “sigues y vuelves una y otra vez, a pesar del
daño que te puedan estar causando, porque cuando con una persona que no
colabora, te hunde, te arrastras más en sus deudas, puede hasta hacerte
sentir culpable, como si realmente fuera tu responsabilidad que las cosas
no funcionan, pero ya no quiero estar así, no quiero rendirme”.
Elena es profesional
y cuenta con negocio propio. Tomó la decisión de separarse de su esposo,
romper el ciclo de violencia y recuperar su vida, sus metas, su familia y a
sus amigos, de los que estuvo alejada por cinco años.
Ahora frecuenta
los lugares a los que quiere ir y antes no podía. También volvió a usar
faldas y vestir como siempre quiso.
“Empecé a ver
que yo valía como mujer, a darme mi valor, mi estima, porque cuando uno
llega a pensar en un suicidio ya es bastante, y no hacen falta golpes para
que duela en el corazón, no hacen falta golpes, sino perder totalmente el
control, sobre sus bienes”, comentó.
Como
sobreviviente, Elena quiere contar una historia diferente: la de la mujer
que aprendió a amarse, que tiene nuevas metas. La que quiere decirles a
todas aquellas mujeres que piensan que no se puede salir de una agresión física
o psicológica, que “nunca hay que rendirse. Hay que escuchar siempre los
consejos y buscar ayuda. Nunca callar el abuso".
*Los nombres
de las sobrevivientes que han dado su testimonio son seudónimos que se usaron
para el resguardo de su identidad
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